sábado, 27 de marzo de 2010

Campamentos de refugiados

La USCRI dice que los iraquíes tienen el campo de refugiados y grupo de crisis IDP con mayor crecimiento del mundo, con cerca de 2 millones de personas que han huido del país y 1,7 millones de personas internamente desplazadas. En Sudán, más de 5,3 millones han dejado sus hogares, intentando escapar del genocidio de la milicia apoyada por el gobierno en la parte oriental del país, conocida por la comunidad mundial como Darfur. Y un conflicto armado persistente en Colombia ha desplazado internamente a 2,9 millones.
Esos son solo tres “puntas del iceberg” en una larga lista de países y regiones impactadas por esta tragedia humana. Las estadísticas de la USCRI muestran que 26 naciones en conflicto, predominantemente en África y el Oriente Medio, tienen una crisis IDP. Y como nuevos conflictos crean una oleada constante de refugiados y IDP’s, tener las cifras actualizadas es una tarea desafiante.
Las figuras actuales de la UCRI nos muestran que:
El Oriente Medio tiene las cifras más altas de refugiados e IDP’s: un impactante 4,2 millones. Palestinos, afganos e iraquíes configuran la mayoría de la población arraigada.
Con 3,2 millones de refugiados y IDP’s, África tiene la segunda cifra más alta. Los refugiados de Sudán son el grupo mayoritario, repartidos por los campos de refugiados de varios países.
Casi 2 millones de refugiados e IDP’s viven en la parte central y sur de Asia, con más de 1 millón de afganos solamente en Pakistán.
La vida en los campos de refugiados
Cuando la gente huye de sus hogares, dejan atrás la mayoría de sus pertenencias. A veces, consiguen llevarse algunos esenciales, pero la mayoría de veces, se alegran de escapar únicamente con sus vidas intactas. Suelen acabar con cientos de otras personas en campamentos que pueden extenderse varias millas. Esto es un campo de refugiados, un lugar que ninguno de nosotros habitaríamos libremente.
Pero los refugiados no tienen elección. Habiendo huido de conflictos de dimensiones inimaginables –masacres, genocidios y demás atrocidades- están aliviados de haber encontrado un lugar seguro. Construyen tiendas y otros cobijos con los materiales disponibles – palos, láminas de plástico, barro y piedras. En el mejor de los casos, agencias humanitarias de ayuda, como las mencionadas más arriba, proporcionan los básicos: comida, agua potable y asistencia médica rudimentaria. Pero a veces, dependiendo del clima político de la zona y el acceso al campo de refugiados, pueden pasar semanas antes de que llegue la ayuda.
Durante este tiempo, se pueden extender rápidamente enfermedades como la cólera y la disentería entre miles de personas juntadas en estos asentamientos provisionales.
La esperanza de los refugiados es ser reestablecidos rápidamente a un lugar seguro, o, mejor aún, volver a sus hogares que dejaron atrás. Se supone que un campo de refugiados tiene la intención de ser una solución temporal, no una residencia permanente.
Desafortunadamente, éste no es el caso para muchos.
Refugios permanentes
ES difícil de imaginar, pero algunos refugiados suelen acabar viviendo en los campos más tiempo del esperado porque no tienen hogar seguro al que volver, o no pueden ser reenviados a otros países debido a las políticas de asilo restrictivas de otros países. Los trabajadores ayudantes llaman a esta estancia prolongada como “el almacenaje”, definido como “poblaciones de 10.000 o más personas restringidos a campos o arreglos segregados, o de otro modo privados de derechos fundamentales durante cinco años o más".
El UCRI dice que globalmente hay aproximadamente 7,8 millones de personas que están bajo esta categoría de “refugiados permanentes”. Los palestinos encabezan la lista con más de 3 millones. Han estado en campos tanto tiempo – más de 50 años – que la UNHCR ni siquiera les incluye en sus cifras generales. Y más de 1 millón de afganos han estado en Pakistán por 26 años. Imagínate: generaciones que nunca han visto su patria.
Podemos aprender una lección de la historia: mientras hayan guerras y conflictos, habrán refugiados. Y la tragedia obvia es que no hemos aprendido del pasado. Siete años entrados en el siglo 21, millones de almas desplazadas aún no tienen hogares propios.

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