desde hace mucho: reducidos niveles de cualificación profesional, baja productividad, estructura productiva poco competitiva, basada en
industrias de mano de obra intensivas y excesivo peso del Estado en la economía. A pesar de que tiene niveles de gasto público superiores a Los problemas de la economía portuguesa están diagnosticados la mayoría de sus socios comunitarios, la Administración es ineficaz en su función distributiva y su contribución para mejorar la eficiencia general de la economía es inferior a lo deseable.
En los últimos años los recursos del Estado han sido mayoritariamente dedicados al pago de salarios de una función pública sobredimensionada e ineficiente (sus salarios llegaron a representar el 15% del PIB), a la provisión de servicios públicos de carácter distributivo mal organizados y escasamente eficientes en costes y a la financiación de grandes obras de rentabilidad dudosa.
En una coyuntura de bajo crecimiento, las necesidades de financiación han sido cubiertas con una presión fiscal creciente. Los mercados penalizan a Portugal y no reaccionan ante medidas de ajuste que en otro momento tendrían un fuerte impacto, porque hace mucho que interpretan la situación del país en clave de futuro. Tienen claro que el problema de crecimiento, que empieza a ser endémico, no tiene una solución evidente; y son conscientes de que la deuda del Estado es mayor que la que registran las estadísticas oficiales, porque en última instancia es responsable de la deuda del sector empresarial en pérdidas persistentes y de las rentas a pagar a los privados que participan en las APP (Asociaciones Público-Privadas).
La inestabilidad generada por la dimisión del primer ministro no es una buena. Seguramente servirá para acelerar el rescate que parece inevitable. La condicionalidad que será impuesta tendrá a corto plazo elevado coste político y social. Sin embargo, si las contrapartidas incluyen reformas sectoriales, institucionales y en la gobernanza económica del país, los efectos a medio plazo serán positivos.
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